A veces olvidar es una cuestión de supervivencia. Aunque se trata de borrar aquellas imágenes dolorosas, aquellos momentos, que desde la ficción nos han hablado de rupturas, separaciones, desapariciones o destrucciones. Cómo hacer frente, si no es de esa manera, a la enorme carga que las emociones depositan sobre nuestras espaldas cuando, por apenas un par de horas, vivimos (con) sus ficciones. Imposible no sentir la agonía de la espera de Ingrid Bergman en Te querré siempre mientras aguarda el regreso de George Sanders, la derrota de Adèle Exarchopoulos caminando por una calle de París en dirección a una vida que seguramente no es la que querría haber llevado. La dureza, en definitiva, que invade ese instante fatal que nuestra memoria apresa, secciona y atesora como un episodio que vuelve una y otra vez al recuerdo, como si no pudiésemos abandonarlo porque de hacerlo así estaríamos abandonando una parte de nosotros mismos.
En El instante que nos persiste, Paula Pérez escribe sobre dos momentos, dos instantes y, quizá, una emoción que los une como el empalme entre dos fotogramas huérfanos. Sobre la vida que no hemos vivido pero nos parece que sí y sobre esos tesoros íntimos que, versen sobre el amor o la tristeza, encuentran cobijo en nuestro interior como ese espacio último/frontera en la que poder vivir todo aquello que en la ficción ya no podrá ser.
Número cinco
Pa(i)sajes: Persistencia del instante
Imágenes: Paula Pérez